domingo, 10 de abril de 2011

La carta


Mary, Mary!
-Sí, Jean.

-Ha llegado una carta para . Supongo que es la que estabas esperando.

Por fin, dije para mis adentros. Bajé, le dí las gracias a Jean y me precipité hacia mi casa.

Dos años hacia que la esperaba, pero si algo me quedaba era paciencia. Me costaba abrirla, ¡después de tanto tiempo !. Con meticulosidad cogí el abrecartas y encontré el papel ansiado. Cómo no, una hoja nada cuidada, malolienta, pero eso sí, escrita como él sabía que debía hacerlo. No se había olvidado de mí. Pasé mis dedos sobre el papel una y otra vez. Leí su contenido y según tocaba con mis yemas el texto todo volvía a mi memoria. Su cara satisfecha ante el dolor ajeno, su olor a puro, sus deseos de violar la candidez, la esperanza. Su regocijo ante el terror de personas desvalidas. Pero a mí ya no me quedaba ni siquiera miedo.

Hacía tiempo que había llegado a París buscando, a ese hombre, a ese despiadado torturador para poder curar mis horrores. Mi historia llegaba a su fin. Pero mientras, me relamía las heridas, no las físicas que eran evidentes y provocadas por su inagotable maldad, sino las del alma, aunque ya no creía tenerla.

Puse un mensaje en Le Monde, que repetiría los 14 de cada mes durante estos últimos años, mensaje que sólo él podría entender si es que lo leía. Y tardó en contestar. Pero lo conocía y sabía que su arrogancia y su estar por encima del bien y del mal le harían responder. Y aquí estaba su carta. Lo citaba siempre en el mismo velador en le Voie George Pompidou cerca del Sena, un lugar concurrido. Sabía que me habría estado observando hasta dar el paso y hasta a eso, a sentirme espiada por él, me hacía crecer. No lo veía, pero intuía su olor. Y por fin este 15 de diciembre me retaba a encontrarnos.

El día era desapacible, sentada bajo los toldos del café junto a una de esas estufas de exterior, lo oí llegar.

-Pensé que estarías muerta. Resonó una voz dura y heladora.

Por un momento un frío indescriptible me recorrió el cuerpo entero, ¡ hacia tanto que no tenía esa sensación de terror!.

Rápidamente me sobrepuse, no podía tenerme de nuevo a su merced.

- ¿ Qué hay Her coronel ?

-Veo que vienes acompañada de un perro, ¿quién es, tu guardaespaldas tal vez ?

No contesté. Eso le hizo irritar, siempre había que contestarle. Pero ya no estaba bajo su imperio de terror. Noté como se alteraba, incluso sentí que quería hacerme daño... pero había gente alrededor. Se frenó y entró en materia.

- Y esos documentos que dices tener y que podrían desvelar mi verdadera identidad.

Tras una pausa ensayada le dije que ahora era yo la que tenía el poder, que debía esperar. Lo notaba furioso.

- Demos un paseo y todo concluirá, le dije.

Con Bruno, mi perro fiel y amigo, me levanté y me siguió. Cerca, muy cerca del Sena fuimos caminando. Llegamos a un lugar intransitado que conocía bien y allí sin mediar palabra me avalancé sobre él. Caímos al río, la corriente era fuerte. Sacando fuerzas, lo hundí bajo el agua. Nos hundimos los dos. Sentí cómo iba faltándole el aire y aunque intentaba zafarse de mí, yo me había preparado para aquel momento. Demasiados días acrecentando mi odio hacia aquel hombre que me había quitado todo excepto mis deseos de venganza.

Lo hundí y se ahogó, me dejaba morir cuando noté a Bruno sacándome del agua con la ayuda de gente que pasaba por allí. En la semiinconsciencia en que me hallaba oí:

-Han caído al agua, el hombre ha muerto, pero parece que la mujer vive. Sacadla, cuidado es ciega y no puede aferrarse a nada.

Desde lo más profundo de mí, la vida volvía a mi cuerpo. Me abracé a mi perro y después de tantos años me sentí liberada.

Pocos días después en Le Monde publicaban la noticia que Jean me leía con complicidad.

" En un trágico accidente muere un hombre en el Sena. Aparecen en la ribera unos documentos que lo identifican como un antiguo coronel alemán de la SS ".

A partir de ese momento Jean, Bruno y yo emprendimos una vida esperanzadora.

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