Vivo en una gran ciudad, en una conocidísima calle de la misma. Muchas veces me arrepiento de esta decisión que tomé hace algunos años. ¿Por qué?. Es fácil contestar. Por mi calle pasan muchas de las manifestaciones a favor o en contra de algo. Contra el aborto o a favor de él, contra el nuevo plan de pensiones, para celebrar el ocho de marzo, incluso el primer viernes de ese mes tenemos las interminables colas para visitar al cristo de Medinacelli. Por supuesto hablo de la calle Atocha en Madrid.
Pero cuando se me pasa el cabreo porque cortan el acceso a las calles adyacentes o, porque es un hervidero de gente, reconozco que no podría vivir en otro lugar. En mi calle y en mi barrio se confunde lo novedoso con lo clásico, la reivindicación con el pasotismo, la cultura de los museos, con la cultura de la calle. Sobre todo es una zona con una gran mezcla de gentes venidas de todos los lugares imaginables y esto es enriquecedor.
Por lo tanto he de reconocer que cuando me queda tiempo, me gusta pasear por sus innumerables recovecos.
En uno de esos paseos he descubierto que han abierto unos nuevos almacenes. Tiene enormes escaparates y me ha llamado la atención un grupo de maniquies que han colocado. Parecen personas de verdad. Hay un niño como de unos cinco años y he tenido que acercarme para comprobar que no era humano.
Regreso a casa despacio, intentando saborear cada minuto de este agradable paseo, pero algo interrumpe de vez en cuando mis pensamientos, algo me incomoda.
He vuelto sobre mis pasos y allí está. Es un maniquí de unos cincuenta y dos años. Representa a un hombre atractivo, con ropa informal pero con estilo. ¡Madre mía, hombres así no existen!
Al volver a casa sigo pensando en el apuesto maniquí tanto, que he llamado a una amiga y se lo he contado. Ella se ha reído de mí hasta dolerle la mandíbula y me ha dicho " llevas demasiado tiempo so-la ". Tal vez tenga razón, pero al día siguiente estaba deseando terminar de trabajar para ir a visitar a " mi maniquí ".
Ahí sigue, lo más sugerente de él es su porte, su actitud de indiferencia y de saberse observado.
Creo que me lo quiero llevar a casa, así que trazo un plan.
Pasados dos días, me he presentado en los almacenes, ¡ah, me dedico a la publicidad!, he hablado con el jefe de planta, que a su vez ha hablado con no se quién, para que me prestaran "ese maniquí". El motivo, incluirlo en un anuncio que tengo en mente. Después de algún tira y afloja he conseguido mi objetivo. Así que sin perder un minuto, he ido a por él en la furgoneta de Lurdes (esa amiga a la que llamé para hablarle de... y se rió de mí) y por supuesto me ha acompañado recordándome todo el camino que estoy loca.
Bueno ya está en casa. ¿ Y ahora qué ?. Lo he sentado en el sofá, me he acurrucado junto a él. Joder que duro es. Lo he semidesnudado, bueno de momento nada de nada. Luego lo he desnudado del todo, ¡pero si ni siquiera tiene...!Menuda bajada de la libido. Acaba de romperse toda mi atracción hacia él.
Lo peor es que acabo de darme cuenta de lo ridículo de la situación, además se me cae la cara de vergüenza al pensar que debo devolver este maniquí a su escaparate. Y para colmo de los males Lurdes me ha dicho que no piensa acompañarme ni prestarme su furgoneta.