Llegué aquel verano a O Grove, un pueblecito pesquero gallego. Fue un verano extraño, pues decidí irme sola algo no habitual en mí, pero era lo que necesitaba. Me alojé en una casa rural con un encanto especial frente al mar Atlántico. Aunque era agosto, el tiempo era lluvioso y fresco, pero no me importaba, casi lo agradecía. Decidí conocer la zona más próxima. Así todas las mañanas después de desayunar daba largos paseos por sus playas. En uno de esos paseos la conocí. Era una anciana arrugada por la vida y el duro trabajo. María su nombre, sus ojos azules y tristes lo decían todo. Aunque nos vimos varias veces por el pueblo, a ella parecía no interesarle aquella extraña que la miraba cada vez con más curiosidad. Hasta que un día para mi sorpresa se dirigió a mí y en ese acento tan agradable suyo se presentó y me comentó que yo también había llamado su atención. Así de la forma más natural del mundo María y yo nos estuvimos viendo casi a diario y desgranamos nuestras vidas. La suya interesante y dolorosa. De joven era una de las mejores mariscadoras de la zona y de las más hermosas, mujer fuerte y distante, con muchos pretendientes a los que rechazaba una y otra vez. Hasta que un día conoció a un guapo y rubio marinero venido de los mares del norte. Aquel hombre con el que casi no se entendía la enamoró y ella a él. Ambos se amaron con la fuerza del mar que los unía durante muchos días, tanto que él se tatuó el nombre de ella en su brazo, prometiéndole regresar a por ella en su próximo viaje. Ella lo espero meses y meses. Iba al puerto cada vez que llegaba un barco extranjero, pero él no llegó. Preguntaba a los marineros de la zona pero nadie sabía nada de él. Pasaron dos años, no podía creer lo que todos le decían, que él la había olvidado y con ese convencimiento y con la seguridad de su amor descubrió lo que todos menos ella sabían, su amor había sido asesinado por uno de esos marineros que la pretendían.
Incrédula ante aquel fortuito descubrimiento, decidió saber la verdad viendo a aquel hombre que le había arrebatado lo que más quería. El se rió y le contó que así había sido, intentó besarla, acariciarla y entre forcejeos ella lo empujó y él cayo al mar desde un acantilado, nadie supo más de ese hombre y en el fondo ella se sintió bien. Hubo un gran silencio entre ambas y una gran calma y paz en su rostro, por primera vez unas lágrimas recorrieron sus mejillas y también las mías.
Todo estaba como debía. A los pocos días María murió plácidamente en su casa. Yo me marché de aquel lugar sin tristeza. Creo que ella en sus últimos días recobró su fuerza y a su marinero.
Incrédula ante aquel fortuito descubrimiento, decidió saber la verdad viendo a aquel hombre que le había arrebatado lo que más quería. El se rió y le contó que así había sido, intentó besarla, acariciarla y entre forcejeos ella lo empujó y él cayo al mar desde un acantilado, nadie supo más de ese hombre y en el fondo ella se sintió bien. Hubo un gran silencio entre ambas y una gran calma y paz en su rostro, por primera vez unas lágrimas recorrieron sus mejillas y también las mías.
Todo estaba como debía. A los pocos días María murió plácidamente en su casa. Yo me marché de aquel lugar sin tristeza. Creo que ella en sus últimos días recobró su fuerza y a su marinero.