Caminábamos emocionados por la belleza del hayedo. De pronto, Javier comenzó a gritar. Desde lejos sólo oíamos como resbalaba y gritaba, gritaba y caía. Corrimos hacia ese lugar y lo vimos allí abajo. En ese gran agujero, sin mover un sólo músculo. Intentamos llamar con nuestros móviles, pero no había cobertura. Nos alejamos algo del lugar y al regresar... Javier no estaba allí. Gritamos, lo llamamos sin parar. No había rastro de él. Alrededor del agujero no encontramos más pisadas que las nuestras. Con el pánico a flor de piel, intentando racionalizar algo que se nos escapaba, comenzamos a oír ruidos extraños. De repente uno de los dos coches que llevábamos, arrancó y se avalanzó sobre nosotros con los faros encendidos.
Creimos morir. El coche frenó en seco y al apagarse la luz vimos bajar de él a Javier en perfectas condiciones. Nos acababa de gastar la broma más horrorosa que podíamos imaginar.
Desde aquel día ese lugar increíble que tanto había deseado conocer, tiene matices terroríficos para mí. Espero superarlo. A Javier no lo he vuleto a ver.
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