sábado, 27 de noviembre de 2010

Elvira

Elvira es una mujer y actriz fantástica. Una artista de raza, de teatro sobre todo, de esas que llenan el escenario. La conocí de forma casual. Después de verla actuar coincidí con ella en un bar cercano al teatro donde representaba su obra. Y cosa extraña en mí, fui a saludarla y entablamos una entretenida conversación. A partir de ese día nos hemos visto de vez en cuando. Charlando una tarde le pregunté cómo era capaz de meterse en la piel de sus personajes de forma que parecía tener una conexión con ellos sorprendente y me contó lo siguiente:
" Querida, cuando leo un libreto y sé algo de mi personaje automáticamente pienso qué llevaría puesto, y me voy a buscar esas prendas que yo creo son indispensables para poder estar más dentro de esas mujeres ( por lo general son mujeres, aunque en alguna ocasión también he interpretado a hombres ). Recuerdo que una vez tenía que hacer de una prostituta de principios del siglo veinte, una mujer frívola, pero con gran estilo y yo necesitaba comprar unos guantes negros de encaje, así que fui al mercadillo más cercano a la ciudad donde se representaría la obra y después de varias vueltas allí estaban, eran los que hubiera llevado ella, así que los compré. La obra fue todo un éxito, y creo que algo tuvieron que ver aquellos pequeños y maravillosos guantes ".
La historia me pareció sorprendente, genial, única y así se lo comenté. Mi reacción la conmovió. " Otros me hubieran dicho que son manías de una excéntrica actriz ", y acto seguido me propuso sí querría acompañarla en su próxima búsqueda. Necesitaba encontrar un viejo abrigo marchito por el paso del tiempo, con grandes bolsillos, y de un color parduzco. Por supuesto acepté agradecida
por poder compartir aquella experiencia única y fantástica. Estábamos en Madrid por eso el domingo nos encaminamos al Rastro, era como estar allí por vez primera aún habiendo ido cientos de veces. Íbamos tranquilas, paseando, pero oteando los puestos de forma concienzuda
y después de una hora aproximadamente lo , era tal y como Elvira lo había descrito, emocionada y un poco alterada fui a buscarla y al verlo me sonrió. Era él, su abrigo, su amuleto. Le pedí por favor que me dejara regalárselo. La convencí diciéndole que para mí era todo un honor y que así sería partícipe del triunfo que seguro tendría aquella función.
El día del estreno tenía una invitación en primera fila de butacas para ver la obra. Todo fue espectacular, mágico, el silencio se mantuvo hasta el final, m
omento en el que el teatro se vino abajo entre aplausos y vítores. Ella saludó encantada. Entonces ocurrió algo que me dejó sin palabras y con los ojos humedecidos, Elvira me lanzó uno de los guantes de su anterior actuación. Lo había llevado guardado durante la hora y media que nos tuvo extasiados a todos. Jamás he podido agradecerle todo lo que me hizo sentir aquella noche. Ese guante va conmigo a todas sus representaciones.

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