A las doce de la noche, como ponía aquel amarillento papel, cruzaba el puente que lo acercaba a la inquietante mansión.
Cada vez que algún invitado atravesaba el umbral, una pieza musical sobrecogedora sonaba.
Nada más entrar, la enorme escalera provocó en él un efecto hipnotizador y subió. Tras él la sibilante puerta se cerró.
A su derecha, una gran ventana semicubierta con sedosa tela de color verde manzana, le pemitió entrever su silueta errante que desapareció fugazmente.
Absorto en sus pensamientos, se sobresaltó cuando una recatada mano le invitó a entrar en el salón.
Todo él temblaba de forma ridícula, ¿ qué le estaba pasando ?.
Estaba allí, como tantas veces, junto a su piano, seguro de sí mismo y con sus piezas ordenadas en su libreta. Aún así, la atmósfera era espesa.
La dueña de la casa sollozaba sosteniendo la foto de su hijo muerto.
No lo vió, pues de memoria repasaba el accidente.Una tramposa curva se lo arrebató. Su único hijo, el famoso pianista, ya no volvería.
Era una noche de duelo.
Entonces lo comprendió...era su duelo y quiso gritar ¡Mamá !, pero tropezó con la imponente armadura y ...............
¡Corten, corten !. Hay que empezar la escena de nuevo.
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